jueves, 26 de octubre de 2017

Razón y valor: el problema de la fundamentación en el debate axiológico


Razón y valor: el problema de la fundamentación en el debate axiológico


Augusto Salazar Bondy


No ha sido raro sino más bien frecuente en el curso de la historia de la filosofía oponer el valor a la razón, contrastar el orden de lo racional a la zona anárquica y agitada en que se desenvuelve la vida estimativa. Sin embargo, el hecho de haberse planteado persistentemente el problema de la fundamentación de los valores indica que la idea de valor no se toma necesariamente como contradictoria de la de razón. Fundamentar implica, en efecto, encontrar las razones sobre las cuales se asienta un sistema conceptual o de índole afín.

En lo que sigue nos proponemos hacer una breve revisión de las principales tesis propuestas en el debate filosófico en torno de la fundamentación axiológica, para luego sacar algunas conclusiones sobre el estado actual de la cuestión.

He aquí algunas interrogaciones que apuntan al asunto que nos ocupa: ¿por qué se dice que X es bueno?; ¿qué hace que X sea bueno?; ¿en qué se basa la afirmación de que X es bueno?; ¿qué hace válido un juicio sobre la bondad de algo?; ¿cómo es posible que X sea bueno?; etc. Aunque no son lógicamente equivalentes, estas interrogaciones pueden ser entendidas todas como formas de plantear un problema de fundamentación referente a la atribución de valor a las cosas.

El problema así planteado admite un tratamiento diverso de acuerdo con el nivel de la experiencia valorativa que se tenga en consideración. Es necesario distinguir, en efecto, el nivel de la experiencia común, que es generalmente derivada y que se caracteriza porque el sujeto valorante aplica patrones de apreciación ya establecidos, del nivel de lo que llamamos la protovaloración, o sea, la experiencia originaria en que se fijan los criterios y normas de apreciación.1 Ahora bien, el problema de la fundamentación de los enunciados valorativos puede ser resuelto de modo relativamente sencillo en el nivel de las experiencias derivadas porque allí se cuenta con principios de decisión extraídos justamente de los patrones en uso. La idea de la cosa buena en su género (automóviles, novelas, universidades, etc.) opera en este caso como modelo por remisión al cual se sanciona como válido o no válido cualquier enunciado valorativo.

Como puede advertirse sin dificultad, prevalece en este caso un punto de vista consensual ya que el patrón socialmente aceptado es el que funda la validez de las atribuciones de valor. Una tesis consensualista sobre la fundamentación axiológica resulta de este modo muy sólida epistemológicamente siempre que se precise adecuadamente el nivel de experiencia que se tiene en cuenta y se evite extrapolaciones a otros niveles que, desgraciadamente, no son raras en la axiología.

Las dificultades que surgen cuando enfrentamos situaciones en las cuales los modelos socialmente reconocidos entran en crisis, cuando están sujetos a alteraciones de monta o son finalmente recusados, permiten advertir que con las soluciones arriba esbozadas no se ha resuelto en rigor el problema de la fundamentación del valor sino que tan sólo se le ha aplazado, transfiriéndolo a otro nivel. Tal nivel es el de la experiencia valorativa originaria en la cual la cuestión central se plantea en términos de la constitución de los propios modelos y patrones, o sea, en su forma decisiva o última.

Son varias las teorías formuladas en el decurso de la axiología con el propósito de responder a esta cuestión última de la validez de los asertos valorativos.2 Las principales, que analizaremos sumariamente en lo que sigue, son:

1. El hedonismo. Comprendemos dentro de esta denominación, usada en sentido amplio, todas las tesis que remiten al placer y al dolor, al agrado y al desagrado o a instancias psicológicas afines, como fundamento de la atribución de valores. En una línea análoga de pensamiento se sitúan las tesis utilitaristas y las sentimentalistas de varios tipos cuyas características diferenciales pasaremos por alto en esta reseña.

Según las teorías que nos ocupan, un enunciado de la forma "X es bueno" será validable por remisión a las vivencias hedónicas singulares o compartidas por un conjunto de personas. Cuentan en este caso como factores concomitantes los grados comparativos de placer o dolor, la mayor o menor permanencia de tales estados y su alcance social.

La fundamentación hedonista ha sido una y otra vez propuesta a lo largo de la historia de la axiología, lo cual muestra hasta qué punto el factor central en ella es importante para la economía de la vida humana. Al fin y al cabo, la satisfacción resulta ser una de las pocas cosas que los hombres buscan por sí mismos, aunque no siempre estén dispuestos a reconocerla por razón de una norma moral de cultura muy extendida que descalifica las motivaciones egoístas.

La fuerza de los factores hedónicos no es, sin embargo, razón suficiente para darle el carácter de fundamento de la valoración. De aceptarlo en tal función, quedaría sin explicación el momento de exigencia universal e incondicionada que es propio de todo reconocimiento de valor. En efecto, los afectos y las sensaciones en cuanto tales —como ya lo vio Kant— quedan limitados al fuero subjetivo y no alcanzan la dimensión de objetividad que pretenden los asertos axiológicos.

2. El ontologismo. Denominamos así toda tesis sobre la fundamentación del valor que apele a la estructura del ser o al orden de la naturaleza como última ratio de toda apreciación. Factores ideales o reales, metafísicos o naturalistas, operan en este caso con efecto análogo: la organización del mundo es en todos ellos, de un modo o de otro, el cimiento de la validación de los asertos sobre bueno y malo, bello y feo, justo o injusto. Decir que un acto es reprobable porque va contra natura es, por ejemplo, un caso típico de remisión a un fundamento ontológico, y lo mismo ocurre con toda tesis materialista o biologista sobre la moral, el derecho o el arte.

A pesar de que no puede desconocerse la decisiva parte que el objeto y su constitución tienen en las atribuciones de valor, este género de teorías no satisface a la postre porque sucumbe a la guillotina de Hume, esto es, porque implica un tránsito inválido del indicativo al evaluativo en el discurso. Es fácil advertir que la reiteración de la atribución resulta siempre posible con respecto a los factores ónticos aducidos como fundamento del valor, lo cual indica que se está cometiendo la falacia reduccionista.

3. El racionalismo (apriorismo deductivo, intuicionismo). Este tipo de teorías apela a la potencia de los valores o a la posibilidad de demostrar los asertos evaluativos. Ahora bien: hay una intuición que dé con evidencia los valores o se los deduce de proposiciones con referente óntico. El primer caso supone reconocer que las tesis intuicionistas son convincentes, lo que no parecería cierto hasta hoy. El segundo implica negar el principio crítico de Hume antes mencionado y, de hecho, remite a un ontologismo último. Por aquí tampoco hay, pues, salida segura a las cuestiones de fundamento.

4. El convencionalismo. Con este nombre significamos toda tesis que remite el fundamento del valor a una decisión última, incluso arbitraria, de una voluntad, o a una propuesta sin más respaldo que la formulación de un enunciado reconocido como punto de partida de una serie conceptual. Dicho con otras palabras, para el convencionalismo "X es bueno" es válido por postulación o por reconocimiento de una voluntad fundante.

Se notará que en esta línea de pensamiento se subraya la independencia de los enunciados valorativos con respecto al orden fáctico y se evita así toda tentación reductiva. Pero al mismo tiempo queda sin sustento la exigencia universal e incondicionada que distingue al lenguaje valorativo con respecto al lenguaje meramente expresivo. A menos de suponer que la voluntad fundante es ella misma un principio universal e incondicionado —con lo cual se comete inevitablemente una falacia de petición de principio—, el convencionalismo disuelve la validez axiológica en la facticidad particular de los psiquismos.

5. El consensualismo. Conviene mencionar aquí este tipo de tesis al cual nos hemos referido ya al examinar el problema de la fundamentación del valor en el nivel de la conciencia estimativa segunda o derivada, porque puede ser también propuesto para tratar el problema en el plano de las protovaloraciones. En todo caso, es ésta una buena oportunidad para distinguirla de la convencionalista stricto sensu con la cual tiende a confundirse.

Se está en plan consensualista cuando el fundamento de la validez de una atribución de valor se remite al acuerdo de los individuos de un grupo o de varios grupos —en el límite, al acuerdo humano. Según esto, "X es bueno" se validará en la medida en que los hombres tiendan a aceptar esta predicación positiva y perderá validez, contrariamente, en la medida en que tal reconocimiento falte.

Aunque en la explicación consensualista operan razones sociales más que psicológicas, este tipo de tesis está expuesto a objeciones semejantes a las del convencionalismo y que son suficientes para considerarlo insatisfactorio.

6. Punto de vista crítico-trascendental. Dando un giro copernicano al problema de la fundamentación del valor, esta tesis subraya la función de las instancias axiológicas en la constitución del mundo de la praxis. Al modo como los trascendentales —en el sentido kantiano, husserliano o wittgensteiniano— lógicos y físico-naturales hacen posible los objetos en general y los objetos del mundo físico, fundando de este modo la idea del mundo, así también es menester un trascendental de la acción si la praxis humana ha de ser considerada objetiva. El valor sería precisamente este trascendental, es decir, una instancia categorial gracias a la cual hay un mundo racional, un orden de las acciones e interacciones humanas que podemos entender.

Una teoría de este tipo parece superar la mayoría de los problemas que plantean las otras teorías axiológicas, salvaguardando la racionalidad del orden valorativo. Conviene considerarla más de cerca a fin de juzgar mejor su alcance y sus límites teóricos y tener una idea del estado actual de la cuestión de la fundamentación de valor.

Subrayemos, en primer lugar, la importancia que en esta explicación tiene la idea de racionalidad de la práctica. Esta idea puede verse más claramente mediante la noción de entendimiento. Cuando A entiende lo que B le dice se establece entre ellos una relación que podemos llamar racional en el sentido más amplio y también más sólido. Si alguien puede entender X —sea esto lo que fuere: una proposición, un gesto o un trozo musical—, X es racional en cuanto tiene un sentido que no sólo es transparente para mí sino que puede ser comparativo con otros. Estos lo harán suyo, en el mismo sentido y con el mismo alcance que yo. De resultas de tal proceder, ellos y yo estaremos compartiendo una realidad que nos trasciende. Si hablar de objetividad tiene por lo menos el sentido de hablar de una instancia que me trasciende y trasciende a los demás de algo que es independiente de nosotros y de la cual participamos, se hace claro que la idea de entendimiento se liga con la idea de objetividad.

Al plantearnos de acuerdo con esto la cuestión de la objetividad del valor, de la racionalidad de nuestras valoraciones y de la independencia frente al sujeto de aquello que predicamos en los juicios de valor, se ve que sólo si cabe entendimiento respecto de lo que afirmamos y ejecutamos al actuar es posible hablar de un mundo objetivo de la praxis. Ahora bien, el lenguaje cotidiano recurre a "bueno", "malo", "bello", "justo" y a los demás términos valorativos cuando quiere sancionar un orden (objetivo) de la acción, frente a la multiplicidad (subjetiva) de los sentimientos y los deseos.

No es posible, en consecuencia, buscar en el mundo los valores. No es posible encontrar como parte de lo objetivo instancias susceptibles de nombrarse así. Lo que ocurre más bien —y en esto reside el giro copernicano de este planteo— es que hay mundo, hay objetos de la praxis, porque operan las instancias que convenimos en llamar valores. Pero estas instancias no pueden ser consideradas cosas, esencias, entes del mundo, sino que cumplen la función de categorías gracias a las cuales hay objetividad práctica y, en consecuencia, entendimiento de los sujetos respecto del mundo de la acción. Gracias a los valores hay entendimiento social, en el doble sentido de acuerdo social, diálogo de personas, y de comprensión de lo social lo cual, dicho sea de paso, es muy importante para la fundamentación de las ciencias humanas. Los valores no pueden, pues, tomarse como objetivos sino como condiciones de posibilidad de lo objetivo, social y humano.

Esta es, en sustancia, la tesis crítico-trascendental. Tres reparos pueden hacérsele. El primero es que quizá también las categorías admiten ser objeto de predicaciones valorativas, lo que entraña la vigencia del argumento de la reiteración. La segunda es que en la historia de la filosofía han resultado siempre fallidos los intentos de inventariar las categorías por las cuales se constituyen las cosas. Con mayor razón habría que desconfiar de categorías que se proponen como marco de la historia. El tercero es que con una tesis como la aquí esbozada no parece posible responder a las cuestiones urgentes de la práctica, como las que se plantean cotidianamente sobre la bondad o la maldad, la corrección o incorrección de hechos y acciones.

A estas observaciones puede responderse lo siguiente: 1) El argumento de la reiteración no es aplicable si no se da carácter objetivo a las categorías. Estas, en efecto, son previas a toda objetividad. No cabe preguntar por qué hay espacio o si el espacio es espacial, como no cabe preguntar por qué causa hay causalidad o si el principio lógico de identidad está sometido al principio de identidad. Así también no tiene sentido preguntar si bueno (categoría) es bueno (valioso).

2) No es posible ciertamente hacer ningún inventario rígido de categorías; tampoco postular formas fijas e incambiables de constitución del mundo. Si se acepta la noción de categoría no debe ser en perjuicio o con ignorancia de la dinámica histórica, sino asumiendo e incorporando esta dinámica histórica en el concepto de lo objetivo.

Los valores habrá de concebírselos de esta suerte como condiciones de posibilidad de un mundo en proceso, garantía justamente de constitución de tal mundo en y por el proceso de la vida.

3) A la última objeción se replicará recordando que un punto de vista trascendental no pretende ni ha pretendido nunca sustituir la indagación concreta, la experiencia particular del mundo y de la vida, por una fórmula abstracta. Que la causalidad sea un nexo categorial gracias al cual entendemos el mundo físico y que es constituyente de este mundo, no nos impide averiguar, con todas las armas de la ciencia, cuáles son en cada caso los nexos causales que configuran el perfil y el proceso de la naturaleza. Así también, saber que el valor concurre a la organización del mundo como mundo práctico; postular que, sin el constituyente de los valores, aunque puede haber mundo natural, no hay mundo humano tal como lo conocemos, no ahorra el esfuerzo de decidir paso a paso, en el seno de la experiencia concreta de la vida, cuáles son las conexiones concretas valiosas y cuáles no lo son.

Aceptando estos esclarecimientos, cabe sin embargo preguntarse por la validación de los enunciados valorativos concretos. ¿Cómo proceder para validar una oración de la forma "X es bueno"? Sigue así planteada, en un plano ya no general sino particular, una cuestión de fundamentación. Se trata de encararla con una metodología adecuada en la cual los factores inferenciales —no demostrativos—, los hedónicos y los consensúales han de desempeñar, a falta de una intuición valorativa específica, un papel principal. He aquí una perspectiva abierta para el pensamiento axiológico que compromete profundamente a la crítica epistemológica.


Notas:

1. Cf. al respecto nuestro ensayo 1°, "La experiencia del valor", 6.00 y ss., incluido en este volumen.

2. Lo que supone ciertamente haber reconocido la posibilidad de tal validez y descartar de consiguiente las teorías escépticas que la niegan.




Tomado de: Para una filosofía del Valor. Págs. 174-181
Este ensayo resume el contenido de la conferencia dada por el autor, en julio de 1968, en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es texto inédito.

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